“En lo más profundo del invierno, finalmente aprendí que dentro de mí había un verano invencible.” ~Albert Camus
La vida tiene una forma de lanzarnos desafíos cuando menos lo esperamos.
Durante años, había estado manejando los altibajos habituales de la vida, cuando fui sorprendida por un diagnóstico que cambiaría para siempre mi manera de vivir: artritis psoriásica. Es una de esas enfermedades que la mayoría de las personas no comprenden del todo, porque no siempre se manifiesta por fuera. Yo parecía estar bien, pero por dentro, mi cuerpo se sentía como si estuviera en llamas. El dolor era constante, un huésped no deseado que no se iba, y todo esto se agravaba por la invisibilidad de la enfermedad.
Cada mañana me despertaba preparándome para enfrentar el dolor que me saludaba como un adversario familiar. Tareas simples como levantarme de la cama o abrir un frasco se convertían en hazañas monumentales. Mis niveles de energía eran erráticos; algunos días apenas lograba pasar la tarde sin necesitar acostarme. Era como si mi cuerpo hubiera declarado la guerra contra sí mismo, y yo estaba atrapada en medio del fuego cruzado.
La carga del silencio Una de las partes más difíciles de vivir con una enfermedad invisible es la sensación de aislamiento que conlleva. Las personas a tu alrededor no pueden ver por lo que estás pasando. Te ven sonreír, intentando mantener una apariencia de normalidad, y asumen que estás bien. Pero por dentro, hay una tormenta.
No quería que me vieran como débil o como alguien que se quejaba todo el tiempo, así que fingí estar bien. Empujé mi cuerpo más allá del dolor, ignoré sus súplicas de descanso y pretendí que todo estaba bajo control.
Pero la verdad era que estaba luchando. Sentía como si estuviera en un barco que se hundía, intentando desesperadamente achicar agua con una taza de té. El dolor y la fatiga eran implacables, y el costo emocional era aún mayor. Me encontraba alejándome de las actividades sociales, evitando conversaciones y lentamente encogiéndome en mí misma. La persona vibrante y llena de energía que una vez fui parecía un recuerdo lejano.
El punto de inflexión: abrazar la vulnerabilidad Un día, llegué a un punto de quiebre. El dolor era tan intenso que sentía como si todo mi cuerpo estuviera ardiendo, y ya no podía seguir manteniendo la fachada de fortaleza. Me di cuenta de que no podía hacerlo sola. Necesitaba ayuda. Así que decidí abrirme con mi familia y amigos sobre lo que estaba pasando. Fue una de las cosas más difíciles que he hecho: admitir que estaba luchando y necesitaba apoyo.
Para mi sorpresa, mi vulnerabilidad fue recibida con compasión y comprensión. Compartir mi dolor no me hizo más débil; me hizo más fuerte. Me permitió soltar la carga que había estado llevando y dejó espacio para que el amor y el apoyo entraran en mi vida. Mis seres queridos se unieron a mi alrededor, ofreciéndome ayuda de manera práctica—ya fuera preparando comidas, ayudando con las tareas del hogar o simplemente estando allí para escuchar cuando necesitaba desahogarme.
Encontrando una nueva normalidad Con el apoyo de quienes me rodeaban, comencé a navegar mi nueva realidad. Aprendí a escuchar a mi cuerpo y a respetar sus necesidades. Empecé a meditar y practicar la atención plena, lo que me ayudó a encontrar paz en medio del caos.
Me di cuenta de que, aunque no podía controlar mi enfermedad, podía controlar cómo respondía a ella. Cambié mi enfoque de lo que había perdido a lo que aún tenía—una familia amorosa, la capacidad de escribir y un profundo deseo de ayudar a los demás.
También comencé a explorar terapias alternativas. La meditación se convirtió en una práctica diaria, permitiéndome encontrar un lugar tranquilo dentro de mí, libre de dolor. En los días en que el dolor era insoportable, meditaba, concentrándome en mi respiración, soltando la tensión en mi cuerpo y visualizándome rodeada de luz sanadora. Esta práctica no eliminaba el dolor, pero me daba la fuerza para soportarlo.
Lecciones aprendidas: encontrando luz en la oscuridad
- Abraza la vulnerabilidad. Abrirme sobre mis luchas fue un punto de inflexión para mí. Está bien pedir ayuda. Ser vulnerable no te hace débil; te hace humano. Permitir que otros vean tu dolor puede crear conexiones profundas y significativas.
- Escucha a tu cuerpo. Durante años ignoré las súplicas de mi cuerpo, empujándolo más allá del dolor y la fatiga. Ahora he aprendido la importancia de escucharlo y respetar sus necesidades. Descansa cuando lo necesites. Tómate un respiro. No se trata de ser perezoso; se trata de ser amable contigo mismo.
- Encuentra tu ancla. La vida con una enfermedad crónica es impredecible. Tener algo a lo que aferrarse—ya sea un pasatiempo, una práctica espiritual o una pasión—puede proporcionar una sensación de estabilidad. Escribir siempre ha sido mi ancla, mi manera de procesar el mundo que me rodea. Encontrar algo que te traiga alegría y paz puede ser un salvavidas en tiempos difíciles.
- Enfócate en lo que puedes controlar. Vivir con una enfermedad invisible puede hacerte sentir impotente. He aprendido a enfocarme en las cosas que puedo controlar—mi actitud, mi respuesta al dolor y cómo me trato a mí misma. Al centrarme en lo que puedo controlar, he encontrado una sensación de empoderamiento.
- Sé amable contigo mismo. Vivir con una enfermedad crónica es difícil. Habrá días en los que sentirás que no puedes seguir. En esos días, recuerda ser amable contigo mismo. Trátate con la misma compasión que le ofrecerías a un amigo. Estás haciendo lo mejor que puedes, y eso es suficiente.
Avanzando con gracia y resiliencia Vivir con artritis psoriásica me ha enseñado más sobre mí misma de lo que jamás pensé posible. Me ha enseñado sobre resiliencia, paciencia y el poder de la vulnerabilidad. Me ha mostrado que soy más fuerte de lo que jamás supe. Aunque el dolor aún está presente, he encontrado una manera de coexistir con él, de encontrar momentos de alegría y paz en medio de la lucha.
Para cualquiera que esté leyendo esto y esté luchando con su propia enfermedad invisible, sepa que no está solo. Hay luz en la oscuridad, incluso cuando es difícil verla a veces. Aférrate a la esperanza. Busca apoyo. Y recuerda, eres más fuerte de lo que piensas.