“Tomarse el tiempo para no hacer nada a menudo ayuda a poner todo en perspectiva.” ~Doe Zantamata
Siempre he sido esa persona que parece incapaz de desacelerar. ¿Una perfeccionista? Eso es quedarse corto. En todos los aspectos de mi vida—trabajo, relaciones, metas personales—siempre me he exigido al máximo. Es como si tuviera un impulso interno que simplemente no se apaga.
En el trabajo, siempre soy la primera en llegar y la última en irme. ¿Plazos? Los cumplo con días de anticipación. ¿Proyectos? Me ofrezco voluntaria para más, incluso cuando ya tengo mucho en mi plato. Y ni hablar de mi vida personal: desde objetivos de acondicionamiento físico, aprender nuevas habilidades, hasta mantener relaciones, enfrento todo con la misma intensidad.
Me fijaba estándares increíblemente altos y nunca quería fallarme a mí misma. La idea de no cumplir con mis propias expectativas era como un nudo constante en el estómago, una ansiedad en su punto máximo. Era implacable, siempre esforzándome, siempre avanzando, nunca dándome un respiro.
Y, en cuanto a motivaciones, una vez que decidía algo, no había marcha atrás. Hacía planes estrictos y los seguía religiosamente. No importaba si estaba agotada o si la vida me lanzaba un obstáculo; seguía adelante, incluso en los peores episodios de agotamiento que haya tenido.
Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que fui extremadamente dura conmigo misma. No se trataba solo de evitar ciertos comportamientos o cumplir con mis metas; era un enfoque rígido, casi punitivo hacia todo. Tenía la idea de que si no avanzaba constantemente, de alguna manera quedaría atrás.
Ser tan estricta suena admirable, pero déjame decirte, tiene su costo. Hubo momentos en que me quedaba despierta por la noche, con la mente corriendo sobre todo lo que debía hacer y las metas que aún no había alcanzado. Relajarme era un concepto desconocido. Tomar un descanso se sentía como un fracaso.
Es curioso. La gente solía decirme que me tomara las cosas con calma, que me diera un respiro. Pero, en mi mente, eso era una excusa para la mediocridad. No podía concebir la idea de no dar el 110 % en todo lo que hacía.
Lo que no sabía es que esta incansable determinación me estaba preparando para un gran despertar. Pero eso es lo que pasa con ser una perfeccionista: no te das cuenta de que estás quemando la vela por ambos extremos hasta que ya no queda nada de ella.
No fue sino hasta que me obligué a dar un paso atrás que me di cuenta del impacto que este ciclo constante de probarme a mí misma estaba teniendo en mi salud mental. Recuerdo un momento en particular cuando me sentí completamente abrumada por la lista interminable de tareas y las expectativas que no podía cumplir, no importaba qué. En lugar de seguir adelante como siempre, decidí hacer una pausa.
Es como dice el refrán: necesitamos retroceder para ver la perspectiva completa. Nosotros, como seres humanos, tenemos una visión de túnel. La pausa en medio del caos diario me hizo darme cuenta de lo que me estaba perdiendo todo el tiempo.
Me di cuenta de que mi valor no estaba en la perfección, sino en mi capacidad para estar presente, encontrar alegría en el proceso y ser amable conmigo misma. Me había personificado en estos roles. La amistad y el buen mentoreo me hicieron entender lo que realmente significaba hacer una pausa.
Siempre me he esforzado por demostrar a quienes me rodean que soy capaz de lograr grandes cosas. Pero eso cambió cuando hice una pausa y pensé en vivir según mis expectativas, no las de los demás.
¿Significa esto que dejé de hacer todo? No, definitivamente no; detenerse por completo y hacer una pausa son cosas distintas. Hacer una pausa no se trata de frenar completamente ni de procrastinar. Se trata de crear un espacio para respirar, reflexionar y ganar perspectiva. Irónicamente, es en esos momentos de quietud cuando encontramos la claridad e inspiración para avanzar con un propósito y una realización mayores.
¿Qué pasó exactamente cuando hice una pausa? Descubrí algunas cosas al empezar a hacer pausas en mi vida:
Perspectiva clara: Tomarme una pausa me permitió ver mi vida y percibir lo que realmente estaba ocurriendo con una perspectiva clara. Me permitió ver mis problemas desde un ángulo diferente.
Enfoque: Aunque le daba importancia a todo lo que me rodeaba, la rutina constante me impedía enfocarme en las cosas que realmente necesitaban atención. La pausa cambió mi enfoque de complacer a los demás hacia lo que quiero para mí.
Salud: ¿Cuántas veces comemos lo que tenemos a mano cuando estamos hambrientos y luego nos arrepentimos? Un mejor enfoque en mi vida me hizo ver mis elecciones de alimentos y mi rutina de ejercicio de forma distinta. Este cambio tuvo un impacto positivo en mi salud.
Estrés: La cantidad de estrés que desapareció tan pronto como empecé a tomar descansos fue enorme. El estrés es algo que todos tenemos en nuestras vidas hoy en día. Hacer una pequeña pausa de lo que viene es genial para cualquiera.
Niveles de energía: Es cierto que los niveles de energía se incrementan después de un merecido descanso. Mi energía positiva estaba alta en dopamina, y tenía objetivos claros. Estaba motivada para hacer cosas que hubiera pospuesto si no me hubiera dado cuenta de que necesitaba la pausa.
Mejor trabajo: Todos necesitamos un descanso para rendir al máximo. He observado que trabajo mejor después de una buena pausa con café; mi creatividad alcanza su punto máximo.
¿Cómo incorporé pausas en mi vida? Quizá estés pensando, “No tengo tiempo para hacer una pausa. Mi tiempo es valioso.” Las pausas no necesitan ser tan grandes como abandonar todo y empezar de nuevo.
Meditación: Puede ser tan simple como una sesión de diez minutos de atención plena. Solo tienes que respirar y liberar el cortisol de tu cuerpo.
Ejercicio: Si no te gusta estar quieto, puedes salir a caminar o correr. Una descarga de adrenalina rápida te puede energizar.
Descansos en el trabajo: Si trabajas mucho, puedes tomar descansos de cinco minutos para mantener tu flujo. Puedes probar la técnica Pomodoro: trabajar durante veinticinco minutos, seguido de un descanso de cinco minutos.
¿Cómo reconocí las señales de que necesitaba una pausa? Es curioso cómo nuestro cuerpo y mente nos dicen cuando necesitamos reducir la velocidad. Empecé a notar estas señales.
Hubo días en que despertaba como si hubiera corrido una maratón: totalmente agotada, con dolor de cabeza y los hombros tensos. Emocionalmente, no era la persona más alegre y me encontraba estresada.
Crear un ambiente de descanso: Comencé a desordenar mi espacio, sorprendida de la claridad mental que proporciona solo ordenar un poco. Encontré un rincón en mi casa que se convirtió en mi “zona de pausa”—solo para relajarse.
Establecer límites: Esto fue un cambio total. Entrené a mi familia y amigos para que entendieran que cuando estaba en mi zona de pausa, era como si tuviera un cartel de “No molestar”.
No siempre necesitamos escaparnos a algún lugar exótico o gastar una fortuna en vacaciones. A veces, las pausas más efectivas son las pequeñas que hacemos en nuestra vida diaria.
Podría ser tan simple como cambiar la rutina de la mañana, saborear tu café en el porche, dedicar diez minutos a la meditación antes de dormir o dar una vuelta a la manzana al mediodía.
Estas pequeñas pausas, estos cambios en nuestro día a día, son como pequeños botones de reinicio para nuestra mente. Nos permiten dar un paso atrás y ver nuestras vidas desde un ángulo diferente.
Y muchas veces, son estos pequeños descansos consistentes los que marcan la mayor diferencia. Nos recuerdan que la pausa no se trata de escapar de nuestras vidas, sino de estar más presentes en ellas. Así que, la próxima vez que te sientas abrumado, recuerda: un descanso significativo no tiene que ser grande. A veces, la pausa más pequeña puede ofrecer la mayor perspectiva.