
Quejarse es humano. Todos en algún momento sentimos esa necesidad de alzar la voz contra aquello que nos molesta o duele. Y está bien: expresar el malestar es saludable, es una forma de liberar tensión y de reconocernos vulnerables. La queja, en su esencia, es el desahogo necesario ante la frustración, la injusticia o la tristeza. Entonces, ¿por qué cargamos con culpa por quejarnos? ¿Y por qué a veces nos estancamos repitiendo las mismas quejas sin hacer nada al respecto? En este artículo vamos a explorar por qué nos quejamos, por qué nos cuesta actuar después de quejarnos, y –lo más importante– cómo transformar la queja en acción positiva en cualquier ámbito de la vida. ¡Basta de callar! Si vas a quejarte, hazlo, pero que sea el primer paso para cambiar.
El lado necesario de la queja: expresar para desahogar
Antes de demonizar la queja, entendamos su lado positivo. Quejarnos cumple una función emocional importante: nos permite verbalizar un dolor, malestar o desacuerdo que llevamos dentro. Callar y tragarse los problemas no hace que desaparezcan; al contrario, puede volvernos irritables o amargados en silencio. Expresar la queja alivia la presión interna. Poner en palabras lo que sentimos ayuda a regular nuestras emociones y a no rumiar tanto los problemas. Por ejemplo, quejarnos con un amigo de algo que nos inquieta puede darnos consuelo, validación o empatía. Buscamos apoyo en los demás: transmitir nuestro malestar y escuchar un “te entiendo” nos hace sentir acompañados.
Además, la queja puede ser una forma de identificar problemas y de conectar con otros que quizá sienten lo mismo. A veces, quejarnos nos sirve para llamar la atención acerca de una conducta que nos molesta y eso puede conducir a un cambio en nuestro entorno o a mejorar una relación. En ocasiones la queja es la chispa inicial que nos saca del conformismo y nos impulsa a buscar soluciones. En resumen, quejarse no es pecado: es humano y hasta saludable. Nos permite desahogarnos, comunicar que algo no anda bien y reconocer que merecemos algo mejor.
Cuando la queja se vuelve un freno: el círculo vicioso de lamentarse
El problema viene cuando la queja se convierte en un hábito estéril, en un fin en sí mismo. Una cosa es desahogarse y otra muy distinta es instalarse en la queja perpetua. ¿Qué pasa cuando solo nos quejamos pero no actuamos? Pues que nada cambia, y encima terminamos sintiéndonos peor.
Quejarnos sin hacer nada nos hunde más. Podemos envidiar la vida del otro, lamentarnos de nuestra mala suerte, quejarnos de todo… pero si no movemos un dedo para que las cosas cambien, caemos en la victimización y la pasividad.
Con el tiempo, esta actitud pasa factura. La queja crónica puede volverse tóxica: en vez de cumplir la función de desahogo y buscar la acción, lo que realmente hace es paralizar a la persona y bajar su vitalidad. Nos quedamos sin energía, atrapados en un bucle negativo. Además, nos enfocamos solo en lo malo, perdiendo de vista lo bueno que podría haber. Es un círculo vicioso: mientras más nos quejamos, más reafirmamos la creencia de que todo está mal, y más motivos encontramos para seguir quejándonos.
Otro efecto nocivo es el impacto en nuestras relaciones. Al principio quizá los demás nos escuchan con empatía, pero si siempre estamos en modo queja, acabamos cansando a todos. Estas personas terminan aislándose; los amigos y familiares las evitan porque su negatividad resulta agotadora. Irónicamente, quien vive quejándose suele sentirse solo e incomprendido, sin darse cuenta de que él mismo ha ahuyentado a los demás con tanta negatividad.
En resumen, la queja sin acción nos estanca. Nos hace creer que “ya hicimos algo” cuando en realidad solo hablamos. Nos pone en el papel de víctimas impotentes y refuerza una actitud de impotencia. Y aunque a veces efectivamente la causa esté fuera, quedarse en la queja es renunciar a nuestro propio poder. Si no pasamos a la acción y nos acomodamos en la queja, no habrá cambios. La vida se nos va en lamentos estériles y nada mejora.
Por qué nos cuesta pasar de la queja a la acción
Si quejarse sin actuar nos hace daño, ¿por qué nos cuesta tanto dar el salto a la acción?
Primero, porque cambiar da miedo. Hacer cambios supone asumir riesgos, y nunca tenemos la certeza de que saldrá bien. Es más cómodo (aunque frustrante) quedarse en lo conocido, incluso si es una queja constante, que atreverse a algo distinto.
También influye la pereza y la inercia emocional. Quejarse, en cierto modo, nos permite liberar un poquito de presión y sentir que hicimos algo (cuando en realidad solo hablamos). Eso puede convertirse en un consuelo engañoso y en una excusa para no actuar.
Otro obstáculo es la creencia de impotencia. Quien se queja mucho a menudo ha adoptado el papel de víctima. Siente que no tiene control sobre las circunstancias, así que ¿para qué intentar cambiar nada? Es una trampa mental: la persona en el fondo quiere ser feliz y cambiar las cosas, pero se ha quedado bloqueada en la queja alimentando su malestar sin darse cuenta.
El miedo, la pereza y la sensación de incapacidad se combinan para dejarte clavado en el mismo lugar, repitiendo las mismas lamentaciones.
De la queja a la acción: cómo convertir palabras en cambios
Bien, ya vimos el panorama: quejarse es necesario, pero quedarse solo en la queja es como quedarse viendo el semáforo en rojo eternamente. ¿Cómo dar el siguiente paso? Aquí van algunas estrategias prácticas y emocionales para transformar esa queja inicial en verdadero cambio:
- 1. Toma tu queja como diagnóstico, no como sentencia. Si algo te molesta lo suficiente como para quejarte, ahí hay una pista importante. Identifica concretamente el problema. Pregúntate: ¿esto que me quejo tiene solución?
- 2. Pregunta: “¿Qué puedo hacer al respecto?” Cada vez que te escuches quejándote, haz una pausa y plantea esta pregunta mágica. Cada queja es un llamado a la acción.
- 3. Acepta lo que no puedes cambiar. Si tu queja es sobre algo inmutable o externo, lamentarte eternamente no lo va a solucionar. En esos casos toca cambiar de actitud en lugar de cambiar la realidad.
- 4. Cambia quejas por gratitud cuando sea posible. Cuando notes que te estás quejando de algo pequeño, obliga a tu mente a encontrar algo bueno. La gratitud rompe el monopolio de la queja en tus pensamientos.
- 5. Queja bien dirigida: comunica, no solo reniegues. Si tu objetivo es solucionar algo, queja y comunicación deben ir de la mano. Haz de tu queja una reivindicación constructiva.
- 6. Pasa a la acción concreta lo antes posible. Una vez identificada una acción relacionada con tu queja, hazla pronto. Rompe el hechizo de la parálisis con una pequeña victoria inmediata.
No esperes resultados mágicos ni inmediatos. Habrá días en que caigas en la queja fácil. La diferencia es que ahora sabrás reconocerla y usarla a tu favor: “Ok, ya me quejé… ¿y ahora qué voy a hacer al respecto?”. Esa pregunta será tu brújula.
Actúa: tu vida comienza donde termina la queja
En cualquier ámbito –trabajo, salud mental, relaciones, finanzas, autoestima– quejarte bien significa reconocer el problema y tus sentimientos, y actuar después para mejorar la situación. Quejarse no es callar, pero actuar es gritar con hechos.
Al final del día, quejarnos nos hace humanos, pero superar la queja y actuar nos hace fuertes. Haz lo mismo que quienes admiras: usa tus quejas como combustible, no como sofá para sentarte a lamentar.
Queja bien, actúa mejor. Tú tienes la capacidad de transformar esa molestia en motivación, ese lamento en plan, esa frustración en fuerza de cambio. Así que la próxima vez que la vida te haga exclamar “¡Ya no aguanto más, esto tiene que cambiar!”, recuerda: esa es tu señal para ponerte en marcha.
¡Basta de callar y de solo quejarse! Quejarte te dio la voz; ahora la acción te dará el vuelo hacia la vida que deseas.
Soy Espiritual, guía espiritual y terapeuta holística con años de experiencia en meditación, reiki, astrología y coaching, dedicada a ayudar a las personas a conectar con su esencia, sanar bloqueos emocionales y encontrar propósito. A través de soyespiritual.com, ofrezco herramientas como meditaciones, rituales y reflexiones para inspirar un camino de autoconocimiento, amor y plenitud, recordando a cada individuo que la paz y la alegría están dentro de ellos. Cursos Espirituales para el despertar de la consciencia.